lunes, 15 de octubre de 2012

La cafetera italiana


 En el interior de una cafetera italiana, confluyen una serie de elementos (humedad en una cavidad cerrada, básicamente) que la convierten en el lugar perfecto para que crezca el moho.

 Es algo que me obsesiona bastante y que nunca he logrado solucionar del todo. Por más que se le eche azúcar o vinagre o un famoso producto de Mercadona en el que las madres españolas confían plenamente, el moho vuelve a hacer acto de presencia al cabo de un tiempo. En mi caso, es poca cosa, pero me lanzo siempre a combatirlo con agua, jabón y toda la rabia que pueda tener acumulada en mi interior.

 Aunque con eso me quedo contenta, tengo un amigo siciliano que me dice que me equivoco. Las madres italianas no confían en ningún producto de ninguna versión patria de Mercadona porque consideran que las cafeteras son inteligentes en sí mismas y no necesitan ningún tipo de cuidado. Y, precisamente, lo que menos necesitan es jabón.

 Así pues, todo el cuidado que mi amigo le dispensa a su cafetera se limita a un poco de agua de uvas a brevas. Y lo cierto es que el café que me prepara está muy rico. Tiene un saborcillo especial, no sé, como a caramelo concentrado o algo por el estilo. Desde luego, a mí no me sale así, por más que ambos tengamos exactamente el mismo modelo de cafetera italiana.

 En cualquier caso, siempre me había preguntado qué debía suceder en el interior de esa cafetera que, después de meses y meses de uso, aún no conoce el vinagre ni el azúcar, ni tampoco el agua, el jabón y la rabia. Aprovechando que mi amigo me había dejado un momento sola en su cocina, un impulso irrefrenable me llevó a abrir su cafetera para descubrir por fin qué se cocía ahí adentro. Y lo que vi fue algo parecido a esto:


  Vida interior, amigos, lo que le da ese saborcillo especial al café de mi amigo es la gran vida interior de su cafetera. Debo reconocer que, desde aquel día, he tenido más de una pesadilla en la que una bola de moho de metro ochenta me sonreía y me decía "Ciao!" levantando la ceja en una actitud pretendidamente seductora, pero también que mi amigo me ha invitado a café un par de veces y me lo he tomado sin rechistar. Está demasiado rico, qué le vamos a hacer.

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