miércoles, 4 de julio de 2012

El papel higiénico

 No soy una persona ordenada. Nunca lo fui. Al abandonar el nido materno hace ya la friolera de nueve años, inicié mi andadura en el mundo de los pisos compartidos y tuve que enfrentarme de inmediato a esa penosa constatación. Aunque quiero pensar que he mejorado un poco con los años, hace ya tiempo que acepté mi perpetua condición de elemento caótico de las casas en las que me tocaba vivir.

 Y, sin embargo, ahora la situación ha cambiado. Porque, cuando un día te despistas y acabas viviendo con dos mujercitas de 19 años cuya máxima preocupación vital es que nunca se acaben las reservas de alcohol, tu vida da un giro de 180 grados y te conviertes de repente en todo lo que nunca fuiste, aunque solo sea por agravio comparativo. Así pues, ahora soy la vieja, la aburrida, la rancia que pide que se baje la música un lunes a las dos de la madrugada y que deja de hacer otras cosas más interesantes para que el fregadero se vacíe de vez en cuando. Sí, ahora soy nada más y nada menos que la persona ordenada de la casa.

 Después de un tiempo viviendo juntas, creo que hemos logrado cierto equilibrio. Todo está más limpito (entiéndase “menos sucio”), más ordenadito, más habitable. Pero, por algún extraño motivo, tenemos un punto negro: mis niñas nunca compran papel higiénico cuando les toca. El lunes, se acaba el último rollo y nos pasamos a los kleenex. El martes no cambia nada porque salen a la calle y se les olvida lo del papel. Y yo me niego a ir a comprarlo. No me toca. Que vayan ellas.

 Llega el miércoles y nos quedamos sin kleenex. Llevo toda la mañana haciendo ver que no necesito ir al baño. Mi estómago se queja, pero aguanto, no se sabe muy bien con qué objetivo. La cuestión es que yo no voy a ir a comprar nada. Porque no me toca. Porque no me da la gana. Pero, cuando tu compañera de piso más madrugadora se levanta a mediodía con cara de gin-tonic y te dice “¡Aaaaay, no hay papel!” antes de arrastrarse nuevamente hasta la cama, te das cuenta de que debes claudicar.

 Vale, ya voy yo. Me quito el uniforme de teletrabajadora (chándal o pijama, según el nivel de pereza del día) y me visto como una persona normal. Salgo a la calle y pongo rumbo al Niedrig Preis más cercano. A mitad de camino, me doy cuenta de que quizás sí necesito ir al baño, pero decido ignorar esa certeza. Llego al súper y me lo han cambiado todo de sitio. Me pongo un poco nerviosa porque, en efecto, la cosa es urgente. Por fin encuentro la sección de papel y aplico el principio de siempre: mis compis no son santo de mi devoción, pero tampoco quiero que se lijen el culo; así pues, no voy a coger el papel más barato; voy a coger el segundo más barato. A estas alturas, el grado de sufrimiento físico es ya considerable. Hay cola, como siempre, e intento encontrar un poco de paz pensando en cualquier otra cosa. Consigo pagar, por fin, y salgo corriendo hacia mi casa. Nunca me había parecido tan largo ese camino, pero logro llegar a tiempo. Abro la puerta, dejo el bolso y las llaves tirados en mitad del pasillo y me meto en el baño. Y ya está. Nirvana.

 Esa es la historia de siempre y, por lo menos, tiene final feliz. Pero a veces la cosa puede ser incluso mejor. Pasada la emoción inicial del momento, le echo una ojeada al papel que he comprado. La verdad es que no es malo, no entiendo muy bien por qué era el segundo más barato. Me fijo un poco y entonces me doy cuenta: el espíritu del ahorro me ha llevado casualmente a comprar el papel higiénico de la Eurocopa.

Los que crean en la futurología, verán incluso a Silva marcando el primero de cabeza

 Resulta que en Alemania no solo se venden las patatas fritas o las cervezas de la Eurocopa. Aquí a alguien se le ocurrió que también se podían comercializar rollos de papel higiénico con motivos futbolísticos y aroma de césped. Porque sí, amigos, este papel no huele a rosas ni a sándalo. Este papel huele a césped, huele a gol de Torres. Y, después del estrepitoso fracaso teutón, ahora es muchísimo más económico y al Niedrig Preis le quedan stocks para rato. Por fin tenemos en casa un papel de calidad. Y, además, ahora al salir del baño mis compañeras de piso siempre gritan “¡Viva España!”, y nos reímos todas un rato.

2 comentarios:

  1. oyeee! por qué me has mantenido oculto durante todos estos años que escribías tan bien??!

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  2. Jajajaja, pero si me paso el día escribiendo y dando discursos de Sarkozy!! gracias por el piropo, me hace mucha ilusión :)

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