Los que hemos sufrido
en carne propia ese terrible monstruo que es el insomnio conocemos el valor
real de algo aparentemente tan sencillo de alcanzar como es el sueño.
Son muchas, por
supuesto, las maneras de pasar la noche. Y todas pueden resultar válidas, según
momentos y preferencias. Todas, menos una. Porque pasar la noche acompañados no
nos vale cuando esa compañía no es más que un amasijo de dudas y terrores indescifrables
que no deja ni un minuto de asediarnos, jadeante e inalterable, siempre alerta
a medio milímetro de nuestra nuca.
Supongo que al
monstruo, por más que uno lo intente de todas las maneras posibles, no se le
vence realmente. Lo único que ocurre es que una noche cualquiera, después de haber
luchado en vano durante tan largo tiempo, el monstruo simplemente ya no está. Y
entonces, sin ser muy conscientes de cómo ni por qué, abandonamos las armas y conseguimos
sin esfuerzo aquello que tanto se nos había resistido hasta el momento. Esa
noche, como el protagonista de la canción, nosotros también dormiremos solos. Y
jamás nos habremos alegrado tanto de que así sea.
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