La primera semana del año en Berlín podría parecer más bien la última semana de una guerra civil. Aunque no ha nevado, porque las temperaturas han subido un poco, quedan muchas de esas piedrecitas que se utilizan para evitar resbalones sobre el hielo o la nieve. Y, por todas partes, restos de comida, porquería de todo tipo, incluso trozos intactos de los cohetes y casquillos de fuegos artificiales de la noche de San Silvestre... A ello se le suman cientos de abetos que se amontonan en las aceras. Montañas de cuatro, cinco y seis árboles delante de cada portal. Abetos que hace una semana decoraban el salón de una vivienda o una tienda de barrio por Navidad.
Pero la Navidad acabó: los niños abrieron los regalos que había bajo el árbol, los mayores tomaron un último glühwein en un mercado navideño y alguien se encargó de quitar la decoración de los árboles.
Ya nadie los quiere. No hay nada más que celebrar. Todos tienen ya sus regalos...
O quizás no. Quizás haya un grupo para el que la fiesta de verdad empieza cuando los demás desmontan la Navidad. Quizás haya quien recibe sus regalos cuando ya los demás nos disponemos a continuar con nuestras vidas.
En Berlín puede pasar...
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