martes, 5 de junio de 2012

Distracciones

 “Lassen Sie sich durch dieses System nicht vom Verkehrsgeschehen ablenken”, es decir, “No permita que el sistema de navegación le distraiga mientras conduce”. Ese es el mensaje que podemos leer en el GPS de nuestra empresaria berlinesa favorita cada vez que enciende el motor de su despampanante coche alemán. Puede parecer una tontería, pero no está de más que nos recuerden constantemente que no debemos despistarnos cuando estamos al volante.

 Por supuesto, no todos los conductores de Berlín circulan en un automóvil con GPS. Como sucede en otras ciudades europeas, aquí la bicicleta es el transporte rey. Y a los ecologistas, a los deportistas o a los inútiles que, como yo, no tienen carné, les viene genial que haya tanto carril bici.

 El ciclista, pedaleando a su ritmo, con el viento acariciándole las mejillas, se siente fuerte, ligero y libre. Esta ciudad, además, es tan extrañamente hermosa que suele convertir los trayectos en bici en auténticos viajes de ensueño por la historia más reciente de la vieja Europa.

 Personalmente, hay días que salgo a la calle y me olvido hasta de mi nombre. Con bastante frecuencia, bordeo el canal siguiendo el recorrido de la U1, la línea de metro más antigua de Berlín. Empiezo pasando por delante de la Biblioteca Americana, donación estadounidense tras el bloqueo de 1948; sigo por Kottbusser Tor, cuartel general de punkis y pfaneros, un sitio pintoresco en el que he pasado tantas horas que ya me parece hasta bonito; pero la cosa empieza a ponerse emocionante a medida que me acerco al puente de Oberbaumbrücke, antiguo paso fronterizo entre las dos Alemanias. Antes del 9 de noviembre de 1989, habría sido imposible hacer lo que yo hago día sí y día también sin ningún tipo de esfuerzo: ahora estoy en el Oeste, ahora estoy en el Este. Así de sencillo. Tengo el muro de Berlín a mi izquierda, convertido desde hace dos décadas en mural y milla turística.

 Todo eso podría ser más que suficiente para desactivar mi GPS mental y distraerme de verdad mientras conduzco. Pero hay algo más. Cuando paso por el puente, no puedo evitar mirar hacia mi izquierda. Y entonces lo veo. Es un paisaje, pero no uno cualquiera. Veo un río, enorme y poderoso. Veo también el cielo, ese cielo abierto sobre Berlín. Veo la silueta urbana de mi ciudad, con la Torre de la Televisión, y el ayuntamiento, y muchos otros edificios que intuyo o reconozco. Voy a toda velocidad, me siento fuerte, ligera y libre, cruzando un marco espléndido en un segundo que me gustaría que durara toda la vida.

 
 Pero entonces me topo con una luz roja que conecta de nuevo mi GPS y me devuelve a la realidad. Hay que hacer caso de ese semáforo que pone orden en el batiburrillo de vehículos y peatones. Hay que frenar y regresar a la Tierra. Precaución, amigo conductor. No permita que Berlín le distraiga mientras conduce, aunque sea lo más bonito que haya visto en toda su vida.

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